Música - Agosto 6, 2012
Muere Chavela Vargas a los 93 años
Ciudad de México a 06 de agosto a 2012.- Chavela Vargas ha trascendido. Ahora descansa en paz, y en estos momentos es muy probable que ya esté cantando con José Alfredo Jiménez y Agustín Lara, quienes junto al escritor Juan Rulfo y los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, la esperan desde hace algunos años para continuar con esa entrañable amistad que nutrieron en vida.
Grande entre los grandes, Chavela falleció ayer en un hospital de Cuernavaca, Morelos, pero como dictaban sus creencias en chamanería, ella logró trascender a los 93 años de edad y lo hizo en el lugar donde le dictó su corazón: en México, país en el que vivió por más de siete décadas y que consideró su verdadero hogar.
La cantante mexicana de origen costarricense Chavela Vargas murió debido a un paro respiratorio después de que la mañana del domingo se agravara su estado de salud, tras cinco días hospitalizada, explicó su médico, José Manuel Núñez.
“Ella estuvo muy consciente hasta el último momento y expresó buenos deseos para que México, que está muy convulsionado, mejore, y dijo que se llevaba los mejores recuerdos y los aplausos de sus público”, explicó Núñez.
“Chavela murió y se fue con mucha paz. Nunca se quejó”, dijo María Cortina, su representante, amiga y biógrafa.
“Me voy con México en el corazón”, así se despidió Chavela, quien pidió a sus enfermeras que le retiraran la máscara de oxígeno para pronunciar su última frase antes de morir, contó Cortina.
“En la mañana se veía muy débil y aún así siguió sonriendo, llegó un momento en el que pidió que se le quitara la máscara de oxígeno para decir unas palabras.”
“No se quejó ni siquiera un segundo, mantuvo una gran dignidad, una gran sonrisa para todos los que la atendieron. Murió como vivió, dándonos ejemplo de fortaleza y de dignidad”, aseguró Cortina,
Vargas logró la consagración dentro de la música tradicional mexicana gracias al estilo propio que generó en el bolero y la canción ranchera, que desarrolló en más de 80 discos en su carrera y que la hizo presentarse en recintos como el Palacio de Bellas Artes, en México; El Olympia de París, en Francia, y el Carnegie Hall, en Estados Unidos, entre muchos otros.
“Yo no me voy a morir”
Internada a consecuencia de una bronconeumonía y con problemas respiratorios y cardiacos, desde el pasado 30 de julio en un hospital de Cuernavaca, cerca de su casa de Tepoztlán, donde vivió sus últimos años, la cantante no permitió que le realizaran ningún tipo de maniobras de invasión porque ella consideró que eso podía alterar el proceso de transición por el que pasan los chamanes.
“Yo no me voy a morir porque soy una chamana y nosotros no nos morimos, nosotros trascendemos y si ustedes ponen en este momento algo agresivo, van a entorpecer eso”, citó María Cortina, biógrafa de Chavela, quien acompañó a la cantante en sus últimos momentos.
Según Cortina, la intérprete de La Llorona no mostró señales de dolencia, luchó como una guerrera ante los diagnósticos “inciertos” y de “gravedad” por los que pasó.
Previamente, la legendaria cantante ya había estado internada por diez días en el Hospital Universitario de La Princesa, en Madrid, España, por fatiga y taquicardia que le produjo un concierto que dio en esta ciudad y en el que rindió homenaje al poeta Federico García Lorca.
Algunos de los más cercanos amigos de Chavela comentaron que este recital, en el que también dio lectura a algunos poemas, fue un pretexto para despedirse de España, la que consideraba como su segunda casa.
La cantante tuvo un ritmo de vida intenso: fue víctima de alcoholismo, sufrió discriminación por ser homosexual, tuvo acercamientos con el cine, se codeó con los artistas consagrados, en los años 70 se retiró y regresó en los 90 para triunfar en España y varios países más: se logró reencontrar con ella misma.
De Centroamérica a México
Una obsesión no dejaba de asechar a Chavela Vargas desde su adolescencia, quizá desde mucho tiempo atrás: huir de Costa Rica, país en el que nació el 17 de abril de 1919, en el poblado de San Joaquín de Flores, y en el que la cantante se sintió “en el mismo fin del mundo”, como ella lo reconoció en repetidas ocasiones.
La inexistencia de sus padres, la soledad como tormento, era el panorama diario en su infancia, una niñez en la que tuvo que trabajar para una finca, bajando hasta seis mil naranjas diarias a los ocho años de edad. Eran momentos muy duros, pero que la llenaron de coraje para emprender la búsqueda de un nombre, de una carrera, “de la paz”, aunque fuera lejos de la nación que la vio nacer.
En su estancia en Costa Rica, la propia Chavela comentó que sus tíos, quienes la cuidaron luego del divorcio de sus padres, la trataron poco menos que a una esclava, otro punto por el que la intérprete de Macorina decide abandonar a su país de origen y sin ningún tipo de remordimiento.
“No vuelvo nunca a Costa Rica, es un país que nunca me ha dado nada, aún ahora me niega todo. Por qué crees que amo México. Este país para mí representa mi padre, el que me enseñó muchas cosas, el que me educó, el que me dijo, quieres esto, quieres cantar... aguarda”.
“No vengo a ver si puedo, sino porque puedo vengo”
Es así como a los 17 años de edad, Isabel Vargas Lizano llegó a México dispuesta a romper el prejuicio de que la música ranchera es exclusiva de los hombres. Y aunque primero realizó otros oficios para poder mantenerse, a los 30 años emprende su carrera en la cantada profesional, con esa voz entrañable capaz de doblar hasta a los más valientes: José Alfredo Jiménez, su amigo de correrías, uno de ellos.
Los escenarios que tuvo que pisar en ese camino inicial no siempre fueron de su total agrado. Chavela tuvo que cantar en el cabaret Quid, así como para los programas de la Lotería Nacional, “donde nadie me hizo caso”, pero donde comenzó a sacar esa personalidad recia, rebelde, que la acompañó hasta sus últimos momentos.
“Mi primera imagen de Chavela Vargas es calzón de manta, prenda indígena, con una blusa preciosa también indígena y un jorongo poncho, de huarache. Toda esta reivindicación de los atuendos típicos, pero además estilizados y con una personalidad evidente que resultaba por lo menos extraña, pero poco después la oí y la primera canción que escuché fue Macorina”, recordó su amigo Carlos Monsiváis, quien falleció el 19 de junio de 2010.
Sus primeros años en México no fueron sencillos, la propia Chavela confesó que al principio pasó hambres, “llegué a comer una sola tortilla al día”, aunque su talento en la música, y en particular en el género ranchero, terminó por conducirla hacia el éxito.
Años después, aseguró que ella tuvo que abrirse camino sola, que ni José Alfredo Jiménez, ni Agustín Lara, con quienes cantó y paseó, la apadrinaron en la música.
“Nadie me apadrina, por eso nunca dije gracias a don fulano, a doña fulana, he hecho una carrera gracias a mí. Yo me presenté, le dije, José Alfredo yo no vengo a ver si puedo, sino porque puedo vengo señor. Él me dijo: ‘así me gustan las mujeres... así’”.
Macorina y el mundo
Quizá sus ansias por conocer de la vida la condujeron hasta Cuba (eran lo años 50 del siglo pasado), una isla que la recibió para una única función, pero en la que Chavela Vargas vivió dos años llenos de fiestas. Fue en ese lugar donde le llegaron los versos de Macorina, escritos por el poeta español Alfonso Camín, a los que la cantante plasmó algunos acordes de su autoría y ya en forma de canción los llevó a viajar por todo el mundo como su rúbrica personal.
Fue Macorina, una canción con conceptos revolucionarios y rebeldes, la que le dio ese empujón hacia las estrellas.
Cantó en la boda civil de Elizabeth Taylor con el productor Mike Todd, la cual se realizó el 3 de febrero de 1957 en Acapulco (en la época de oro del puerto), y en la que acudieron personajes nacionales e internacionales como Mario Moreno Cantinflas, Rod Hudson, Grace Kelly y Ava Gardner, entre otros.
En recintos como El Blanquita, El Patio y El Otro Refugio presentó su repertorio rico, considerado entre los más extraordinarios de la música popular del siglo XX, en gran parte, porque estaban conformados por boleros y canciones rancheras de cantautores como Cuco Sánchez, Agustín Lara, Tomás Méndez, y el mencionado José Alfredo Jiménez.
Se codeó con los grandes. Los cantantes Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Pepe Jara; el escritor Juan Rulfo; la poeta Pita Amor y los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, con los que vivió una temporada, fueron algunos de sus entrañables amigos.
Costumbres en La Casa Azul
Vivió dos años en la mítica Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera, después de que la cantante acudiera a una fiesta organizada por los pintores. En la actualidad esa casa es un museo, ubicado en Coyoacán, en el DF.
“Dos años conviví con ellos. Y un día llegaba allí Trotsky y me parecía la cosa más natural, no me espantaba. Yo preguntaba: ¿Quién es ese viejo peludo? Y Frida me decía: Trotsky, cállate Chavela, no hables tan fuerte”, recordó la cantante para medios europeos.
Según la propia Chavela, en ese tiempo aprendió los secretos de la pintura de Frida y Diego, “secretos muy interesantes que nunca desvelaré, jamás. Y éramos felices todos. Éramos una gente que vivía día con día, sin un centavo, tal vez sin qué comer, pero muertos de la risa. Todo el tiempo. Me fui acostumbrando a ellos, acostumbrándome a sus costumbres”.
La cantante llegó a aceptar que Frida estuvo entre sus amoríos; siempre fue clara con sus preferencias sexuales, a tal grado que en su biografía externó: “se dieron cuenta de que era homosexual desde niña... lo que duele no es ser homosexual sino que lo echen en cara como si fuera una peste”.
Junto a El Rey
En su vida tuvo una relación muy estrecha con José Alfredo Jiménez, su gran compañero y con el que vivió infinidad de aventuras.
Existe una historia en la que Joaquín Sabina le preguntó a Chavela sobre el “caballo blanco” del que habla José Alfredo en su tema El corrido del caballo blanco. Ella le dijo que no se trataba de un animal, sino de su automóvil Chrysler blanco 1957, cuando realizaba un viaje de Guadalajara, Jalisco, a Ensenada, Baja California. Además, es el mismo vehículo en el que pasó grandes noches de bohemia y alcohol junto a Chavela Vargas, la cuales llegaron a culminar en la reconocida Plaza Garibaldi, aunque con sus paradas constantes sobre Paseo de la Reforma.
Del descanso a España
En los 70, el ritmo de vida de Chavela, su abuso con el alcohol, los escándalos derivados de su abierta homosexualidad (en una época en la que la sociedad mexicana sufría de intensa discriminación), la llevaron al retiro. Fueron tiempos en los que corrían rumores sobre su muerte.
Nada más falso que esas creencias, Chavela Vargas rompió el silencio 15 años después, resurgió e hizo que su voz conmoviera a públicos que llenaron el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México; el Olympia, de París, y el Carnegie Hall, de Nueva York.
La Chamana regresaba con temas clásicos como La Llorona, Piensa en mí, Cruz de olvido y El último trago. Con la ayuda de personajes más recientes como el cineasta Pedro Almodóvar, quien la involucró con su cine español, y el cantautor Joaquín Sabina, el cual se influenció en Chavela para escribir canciones como El boulevard de los sueños rotos, la cantante reapareció.
En la pantalla grande
Algunas de sus canciones sirvieron de banda sonora para películas como Frida, de Julie Taymor (en donde también salió a cuadro); Babel, de Alejandro González Iñárritu; o Salvando al soldado Pérez, de Beto Gómez, entre muchas otras. Aunque la nacionalizada mexicana actuó en películas como Grito de piedra, en 1991 y La soldadera, en 1967.
Participó en los filmes Kika (1993), La flor de mi secreto (1995) y Carne Trémula (1997), todos de Almodóvar, quien algún día externara que él deseaba que en las hemerotecas pusieran “‘Pedro Almodóvar, presentador oficial de Chavela Vargas’, y después ya lo de cineasta”.
“Ella en sí es toda una gran obra de teatro musical trágico que se resume en su solo cuerpo. Para ello necesitas un escenario muy grande porque cuando (Chavela) abre los brazos llega de un lado al otro del escenario”, dijo Pedro Almódovar, director de cine que involucró a Chavela Vargas en sus filmes, dotándola de popularidad en el viejo continente, y en concreto en España, país donde presentó en 1996 su disco Volver Volver junto a varios recitales.
El próximo 21 de septiembre se estrenará el documental Hecho en México, del cineasta Duncan Bridgeman, en el que participa la cantante junto a otros importantes creadores mexicanos como el escritor Juan Villoro y el actor Daniel Giménez Cacho.
Homenajes recíprocos
En un momento de su vida en el que Chavela Vargas pudo haber destinado sus últimos días a recibir homenajes, la cantante decidió realizar en 2012 un poemario dedicado al poeta Federico García Lorca, de título La Luna Grande, en el que se reflejan los encuentros y las charlas que sostuvo con el español.
Esa labor poética llegó el pasado 15 de abril a la sala principal del Palacio de Bellas Artes bajo el nombre de Luna grande, homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca, en el que la también actriz interpretó algunas canciones junto a las cantantes Martirio y Eugenia León, y se dio tiempo para recitar poemas en presencia de Laura García Lorca, nieta del poeta granadino.
Aún con ello, los homenajes a la intérprete de Cruz de olvido resultan necesarios para muchos de sus amigos y colegas, entre ellos las cantantes Tania Libertad, Eugenia León y Ely Guerra, quienes desde hace unas semanas programaron un par de conciertos en Estados Unidos, en honor de Chavela Vargas.
Hace tres años, amigos de la cantante como Carlos Monsiváis y autoridades encabezadas por el Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, realizaron un homenaje a Chavela Vargas por sus nueve décadas de vida.
En esa velada dedicada a “la leyenda negra que se ha ido blanqueando”, mucha gente se quedó fuera del Teatro de la Ciudad con boleto en mano. Todos querían ver a Chavela, todos la querían sentir.
Esa noche la voz de Lila Downs (a quien Chavela consideró su sucesora), interpretó Paloma negra no sin antes asegurar con notoria emoción: “para los males del cuerpo, tenemos a los doctores… para los males del corazón y del alma, tenemos a Chavela Vargas”.
La transición de La Chamana
En sus últimos momentos de vida, Chavela Vargas le pidió a su amiga, la periodista María Cortina, que le colocara en el pecho el medallón que le regalaron los chamanes huicholes, el cual usaba sólo para sus conciertos.
Para Cortina, coautora del libro Las verdades de Chavela, todo ello eran mensajes que la cantante, conocida también como La Chamana, estaba mandando a sus amigos y seres queridos que la acompañaron hasta el final.
Las creencias místicas de Chavela Vargas; la fuerza que demostró al hacer el largo viaje de España a México, “su país”, luego de estar hospitalizada por diez días en Madrid; el no permitir que los doctores realizaran maniobras de resucitación en caso de que empeorara su salud, son indicios de que La Chamana tenía razón, no está muerta, logró trascender como ella siempre lo buscó.
Para saber
Chavela cantó en la boda civil de Elizabeth Taylor con el productor Mike Todd (3 de febrero de 1957), en Acapulco y tuvo la oportunidad de codearse con Rock Hudson, Grace Kelly y Ava Gardner, entre otros famosos de la época.
Su amistad con el cineasta español Pedro Almodóvar trascendió a tal punto que la artista incluyó canciones suyas en las películas Kika (Luz de luna), La flor de mi secreto (En el último trago) y Carne trémula (Somos).
Apareció en la película de Julie Taymor, Frida, cantando sus clásicos La llorona y Paloma negra. También se presentó en Babel, de Alejandro González Iñárritu, cantando Tú me acostumbraste, bolero de Frank Domínguez.
Isabel Vargas Lizano
Nació el 17 de abril de 1919, en Costa Rica.
Vivió la soledad y la orfandad.
De niña trabajó en una finca, recolectando naranjas.
A los 17 años llegó a México.
Fue cocinera, chofer, costurera y vendedora de ropa de niños.
Su vida artística empezó a los 30 años al lado de Pepe Guízar.
Tuvo una relación estrecha con José Alfredo Jiménez.
Tras la muerte del compositor tuvo una vida de alcohol y soledad durante 20 años.
Participó con su voz en varias cintas de Pedro Almodóvar.
Cine
En 1991 llegó al cine, de la mano del director alemán Werner Herzog, que incluyó una de sus canciones en la película Grito de piedra.
Grande entre los grandes, Chavela falleció ayer en un hospital de Cuernavaca, Morelos, pero como dictaban sus creencias en chamanería, ella logró trascender a los 93 años de edad y lo hizo en el lugar donde le dictó su corazón: en México, país en el que vivió por más de siete décadas y que consideró su verdadero hogar.
La cantante mexicana de origen costarricense Chavela Vargas murió debido a un paro respiratorio después de que la mañana del domingo se agravara su estado de salud, tras cinco días hospitalizada, explicó su médico, José Manuel Núñez.
“Ella estuvo muy consciente hasta el último momento y expresó buenos deseos para que México, que está muy convulsionado, mejore, y dijo que se llevaba los mejores recuerdos y los aplausos de sus público”, explicó Núñez.
“Chavela murió y se fue con mucha paz. Nunca se quejó”, dijo María Cortina, su representante, amiga y biógrafa.
“Me voy con México en el corazón”, así se despidió Chavela, quien pidió a sus enfermeras que le retiraran la máscara de oxígeno para pronunciar su última frase antes de morir, contó Cortina.
“En la mañana se veía muy débil y aún así siguió sonriendo, llegó un momento en el que pidió que se le quitara la máscara de oxígeno para decir unas palabras.”
“No se quejó ni siquiera un segundo, mantuvo una gran dignidad, una gran sonrisa para todos los que la atendieron. Murió como vivió, dándonos ejemplo de fortaleza y de dignidad”, aseguró Cortina,
Vargas logró la consagración dentro de la música tradicional mexicana gracias al estilo propio que generó en el bolero y la canción ranchera, que desarrolló en más de 80 discos en su carrera y que la hizo presentarse en recintos como el Palacio de Bellas Artes, en México; El Olympia de París, en Francia, y el Carnegie Hall, en Estados Unidos, entre muchos otros.
“Yo no me voy a morir”
Internada a consecuencia de una bronconeumonía y con problemas respiratorios y cardiacos, desde el pasado 30 de julio en un hospital de Cuernavaca, cerca de su casa de Tepoztlán, donde vivió sus últimos años, la cantante no permitió que le realizaran ningún tipo de maniobras de invasión porque ella consideró que eso podía alterar el proceso de transición por el que pasan los chamanes.
“Yo no me voy a morir porque soy una chamana y nosotros no nos morimos, nosotros trascendemos y si ustedes ponen en este momento algo agresivo, van a entorpecer eso”, citó María Cortina, biógrafa de Chavela, quien acompañó a la cantante en sus últimos momentos.
Según Cortina, la intérprete de La Llorona no mostró señales de dolencia, luchó como una guerrera ante los diagnósticos “inciertos” y de “gravedad” por los que pasó.
Previamente, la legendaria cantante ya había estado internada por diez días en el Hospital Universitario de La Princesa, en Madrid, España, por fatiga y taquicardia que le produjo un concierto que dio en esta ciudad y en el que rindió homenaje al poeta Federico García Lorca.
Algunos de los más cercanos amigos de Chavela comentaron que este recital, en el que también dio lectura a algunos poemas, fue un pretexto para despedirse de España, la que consideraba como su segunda casa.
La cantante tuvo un ritmo de vida intenso: fue víctima de alcoholismo, sufrió discriminación por ser homosexual, tuvo acercamientos con el cine, se codeó con los artistas consagrados, en los años 70 se retiró y regresó en los 90 para triunfar en España y varios países más: se logró reencontrar con ella misma.
De Centroamérica a México
Una obsesión no dejaba de asechar a Chavela Vargas desde su adolescencia, quizá desde mucho tiempo atrás: huir de Costa Rica, país en el que nació el 17 de abril de 1919, en el poblado de San Joaquín de Flores, y en el que la cantante se sintió “en el mismo fin del mundo”, como ella lo reconoció en repetidas ocasiones.
La inexistencia de sus padres, la soledad como tormento, era el panorama diario en su infancia, una niñez en la que tuvo que trabajar para una finca, bajando hasta seis mil naranjas diarias a los ocho años de edad. Eran momentos muy duros, pero que la llenaron de coraje para emprender la búsqueda de un nombre, de una carrera, “de la paz”, aunque fuera lejos de la nación que la vio nacer.
En su estancia en Costa Rica, la propia Chavela comentó que sus tíos, quienes la cuidaron luego del divorcio de sus padres, la trataron poco menos que a una esclava, otro punto por el que la intérprete de Macorina decide abandonar a su país de origen y sin ningún tipo de remordimiento.
“No vuelvo nunca a Costa Rica, es un país que nunca me ha dado nada, aún ahora me niega todo. Por qué crees que amo México. Este país para mí representa mi padre, el que me enseñó muchas cosas, el que me educó, el que me dijo, quieres esto, quieres cantar... aguarda”.
“No vengo a ver si puedo, sino porque puedo vengo”
Es así como a los 17 años de edad, Isabel Vargas Lizano llegó a México dispuesta a romper el prejuicio de que la música ranchera es exclusiva de los hombres. Y aunque primero realizó otros oficios para poder mantenerse, a los 30 años emprende su carrera en la cantada profesional, con esa voz entrañable capaz de doblar hasta a los más valientes: José Alfredo Jiménez, su amigo de correrías, uno de ellos.
Los escenarios que tuvo que pisar en ese camino inicial no siempre fueron de su total agrado. Chavela tuvo que cantar en el cabaret Quid, así como para los programas de la Lotería Nacional, “donde nadie me hizo caso”, pero donde comenzó a sacar esa personalidad recia, rebelde, que la acompañó hasta sus últimos momentos.
“Mi primera imagen de Chavela Vargas es calzón de manta, prenda indígena, con una blusa preciosa también indígena y un jorongo poncho, de huarache. Toda esta reivindicación de los atuendos típicos, pero además estilizados y con una personalidad evidente que resultaba por lo menos extraña, pero poco después la oí y la primera canción que escuché fue Macorina”, recordó su amigo Carlos Monsiváis, quien falleció el 19 de junio de 2010.
Sus primeros años en México no fueron sencillos, la propia Chavela confesó que al principio pasó hambres, “llegué a comer una sola tortilla al día”, aunque su talento en la música, y en particular en el género ranchero, terminó por conducirla hacia el éxito.
Años después, aseguró que ella tuvo que abrirse camino sola, que ni José Alfredo Jiménez, ni Agustín Lara, con quienes cantó y paseó, la apadrinaron en la música.
“Nadie me apadrina, por eso nunca dije gracias a don fulano, a doña fulana, he hecho una carrera gracias a mí. Yo me presenté, le dije, José Alfredo yo no vengo a ver si puedo, sino porque puedo vengo señor. Él me dijo: ‘así me gustan las mujeres... así’”.
Macorina y el mundo
Quizá sus ansias por conocer de la vida la condujeron hasta Cuba (eran lo años 50 del siglo pasado), una isla que la recibió para una única función, pero en la que Chavela Vargas vivió dos años llenos de fiestas. Fue en ese lugar donde le llegaron los versos de Macorina, escritos por el poeta español Alfonso Camín, a los que la cantante plasmó algunos acordes de su autoría y ya en forma de canción los llevó a viajar por todo el mundo como su rúbrica personal.
Fue Macorina, una canción con conceptos revolucionarios y rebeldes, la que le dio ese empujón hacia las estrellas.
Cantó en la boda civil de Elizabeth Taylor con el productor Mike Todd, la cual se realizó el 3 de febrero de 1957 en Acapulco (en la época de oro del puerto), y en la que acudieron personajes nacionales e internacionales como Mario Moreno Cantinflas, Rod Hudson, Grace Kelly y Ava Gardner, entre otros.
En recintos como El Blanquita, El Patio y El Otro Refugio presentó su repertorio rico, considerado entre los más extraordinarios de la música popular del siglo XX, en gran parte, porque estaban conformados por boleros y canciones rancheras de cantautores como Cuco Sánchez, Agustín Lara, Tomás Méndez, y el mencionado José Alfredo Jiménez.
Se codeó con los grandes. Los cantantes Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Pepe Jara; el escritor Juan Rulfo; la poeta Pita Amor y los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, con los que vivió una temporada, fueron algunos de sus entrañables amigos.
Costumbres en La Casa Azul
Vivió dos años en la mítica Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera, después de que la cantante acudiera a una fiesta organizada por los pintores. En la actualidad esa casa es un museo, ubicado en Coyoacán, en el DF.
“Dos años conviví con ellos. Y un día llegaba allí Trotsky y me parecía la cosa más natural, no me espantaba. Yo preguntaba: ¿Quién es ese viejo peludo? Y Frida me decía: Trotsky, cállate Chavela, no hables tan fuerte”, recordó la cantante para medios europeos.
Según la propia Chavela, en ese tiempo aprendió los secretos de la pintura de Frida y Diego, “secretos muy interesantes que nunca desvelaré, jamás. Y éramos felices todos. Éramos una gente que vivía día con día, sin un centavo, tal vez sin qué comer, pero muertos de la risa. Todo el tiempo. Me fui acostumbrando a ellos, acostumbrándome a sus costumbres”.
La cantante llegó a aceptar que Frida estuvo entre sus amoríos; siempre fue clara con sus preferencias sexuales, a tal grado que en su biografía externó: “se dieron cuenta de que era homosexual desde niña... lo que duele no es ser homosexual sino que lo echen en cara como si fuera una peste”.
Junto a El Rey
En su vida tuvo una relación muy estrecha con José Alfredo Jiménez, su gran compañero y con el que vivió infinidad de aventuras.
Existe una historia en la que Joaquín Sabina le preguntó a Chavela sobre el “caballo blanco” del que habla José Alfredo en su tema El corrido del caballo blanco. Ella le dijo que no se trataba de un animal, sino de su automóvil Chrysler blanco 1957, cuando realizaba un viaje de Guadalajara, Jalisco, a Ensenada, Baja California. Además, es el mismo vehículo en el que pasó grandes noches de bohemia y alcohol junto a Chavela Vargas, la cuales llegaron a culminar en la reconocida Plaza Garibaldi, aunque con sus paradas constantes sobre Paseo de la Reforma.
Del descanso a España
En los 70, el ritmo de vida de Chavela, su abuso con el alcohol, los escándalos derivados de su abierta homosexualidad (en una época en la que la sociedad mexicana sufría de intensa discriminación), la llevaron al retiro. Fueron tiempos en los que corrían rumores sobre su muerte.
Nada más falso que esas creencias, Chavela Vargas rompió el silencio 15 años después, resurgió e hizo que su voz conmoviera a públicos que llenaron el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México; el Olympia, de París, y el Carnegie Hall, de Nueva York.
La Chamana regresaba con temas clásicos como La Llorona, Piensa en mí, Cruz de olvido y El último trago. Con la ayuda de personajes más recientes como el cineasta Pedro Almodóvar, quien la involucró con su cine español, y el cantautor Joaquín Sabina, el cual se influenció en Chavela para escribir canciones como El boulevard de los sueños rotos, la cantante reapareció.
En la pantalla grande
Algunas de sus canciones sirvieron de banda sonora para películas como Frida, de Julie Taymor (en donde también salió a cuadro); Babel, de Alejandro González Iñárritu; o Salvando al soldado Pérez, de Beto Gómez, entre muchas otras. Aunque la nacionalizada mexicana actuó en películas como Grito de piedra, en 1991 y La soldadera, en 1967.
Participó en los filmes Kika (1993), La flor de mi secreto (1995) y Carne Trémula (1997), todos de Almodóvar, quien algún día externara que él deseaba que en las hemerotecas pusieran “‘Pedro Almodóvar, presentador oficial de Chavela Vargas’, y después ya lo de cineasta”.
“Ella en sí es toda una gran obra de teatro musical trágico que se resume en su solo cuerpo. Para ello necesitas un escenario muy grande porque cuando (Chavela) abre los brazos llega de un lado al otro del escenario”, dijo Pedro Almódovar, director de cine que involucró a Chavela Vargas en sus filmes, dotándola de popularidad en el viejo continente, y en concreto en España, país donde presentó en 1996 su disco Volver Volver junto a varios recitales.
El próximo 21 de septiembre se estrenará el documental Hecho en México, del cineasta Duncan Bridgeman, en el que participa la cantante junto a otros importantes creadores mexicanos como el escritor Juan Villoro y el actor Daniel Giménez Cacho.
Homenajes recíprocos
En un momento de su vida en el que Chavela Vargas pudo haber destinado sus últimos días a recibir homenajes, la cantante decidió realizar en 2012 un poemario dedicado al poeta Federico García Lorca, de título La Luna Grande, en el que se reflejan los encuentros y las charlas que sostuvo con el español.
Esa labor poética llegó el pasado 15 de abril a la sala principal del Palacio de Bellas Artes bajo el nombre de Luna grande, homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca, en el que la también actriz interpretó algunas canciones junto a las cantantes Martirio y Eugenia León, y se dio tiempo para recitar poemas en presencia de Laura García Lorca, nieta del poeta granadino.
Aún con ello, los homenajes a la intérprete de Cruz de olvido resultan necesarios para muchos de sus amigos y colegas, entre ellos las cantantes Tania Libertad, Eugenia León y Ely Guerra, quienes desde hace unas semanas programaron un par de conciertos en Estados Unidos, en honor de Chavela Vargas.
Hace tres años, amigos de la cantante como Carlos Monsiváis y autoridades encabezadas por el Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, realizaron un homenaje a Chavela Vargas por sus nueve décadas de vida.
En esa velada dedicada a “la leyenda negra que se ha ido blanqueando”, mucha gente se quedó fuera del Teatro de la Ciudad con boleto en mano. Todos querían ver a Chavela, todos la querían sentir.
Esa noche la voz de Lila Downs (a quien Chavela consideró su sucesora), interpretó Paloma negra no sin antes asegurar con notoria emoción: “para los males del cuerpo, tenemos a los doctores… para los males del corazón y del alma, tenemos a Chavela Vargas”.
La transición de La Chamana
En sus últimos momentos de vida, Chavela Vargas le pidió a su amiga, la periodista María Cortina, que le colocara en el pecho el medallón que le regalaron los chamanes huicholes, el cual usaba sólo para sus conciertos.
Para Cortina, coautora del libro Las verdades de Chavela, todo ello eran mensajes que la cantante, conocida también como La Chamana, estaba mandando a sus amigos y seres queridos que la acompañaron hasta el final.
Las creencias místicas de Chavela Vargas; la fuerza que demostró al hacer el largo viaje de España a México, “su país”, luego de estar hospitalizada por diez días en Madrid; el no permitir que los doctores realizaran maniobras de resucitación en caso de que empeorara su salud, son indicios de que La Chamana tenía razón, no está muerta, logró trascender como ella siempre lo buscó.
Para saber
Chavela cantó en la boda civil de Elizabeth Taylor con el productor Mike Todd (3 de febrero de 1957), en Acapulco y tuvo la oportunidad de codearse con Rock Hudson, Grace Kelly y Ava Gardner, entre otros famosos de la época.
Su amistad con el cineasta español Pedro Almodóvar trascendió a tal punto que la artista incluyó canciones suyas en las películas Kika (Luz de luna), La flor de mi secreto (En el último trago) y Carne trémula (Somos).
Apareció en la película de Julie Taymor, Frida, cantando sus clásicos La llorona y Paloma negra. También se presentó en Babel, de Alejandro González Iñárritu, cantando Tú me acostumbraste, bolero de Frank Domínguez.
Isabel Vargas Lizano
Nació el 17 de abril de 1919, en Costa Rica.
Vivió la soledad y la orfandad.
De niña trabajó en una finca, recolectando naranjas.
A los 17 años llegó a México.
Fue cocinera, chofer, costurera y vendedora de ropa de niños.
Su vida artística empezó a los 30 años al lado de Pepe Guízar.
Tuvo una relación estrecha con José Alfredo Jiménez.
Tras la muerte del compositor tuvo una vida de alcohol y soledad durante 20 años.
Participó con su voz en varias cintas de Pedro Almodóvar.
Cine
En 1991 llegó al cine, de la mano del director alemán Werner Herzog, que incluyó una de sus canciones en la película Grito de piedra.
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