La verdadera disputa por México
El próximo día 2 de junio se sabrá el rumbo del país para los próximos seis años; gane quien gane la elección presidencial. Es falso que se trate de dos alternativas, como dice la campaña oficial: “El regreso al pasado de la corrupción y los privilegios”, o “la continuación de la transformación” con los gobiernos de Morena, según se asienta en la propaganda oficial del llamado segundo piso (sic) el régimen actual.
México no conocía un gobierno que tomara decisiones a nombre de las izquierdas —a excepción de los matices del gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940)—, cuando menos en la mayor parte del siglo XX y lo que va del siglo XXI. Aunque digan que son parte de las grandes transformaciones que se han visto en México, o le quieran dar un sesgo social con eso de “humanismo mexicano” —que ni es humanismo ni es mexicano— o la consabida “revolución de las conciencias” —que no ha recibido la mínima atención de nadie—, lo cierto es que la autollamada “cuarta transformación” se ha quedado solo en buenas intenciones, como anuncio, y un lema más de campaña política que no le ha servido para resolver y atender de fondo los graves problemas de México.
En casi seis años de gobierno no han aportado una idea nueva ni un rediseño de la estructura Constitucional del Estado como si sucedió con la Independencia, la Reforma y la Revolución y con los Presidentes reformadores de la post revolución.
¿Qué problema de México ha sido resuelto a fondo por el gobierno que llegó con otras propuestas en diciembre de 2018?
Ni siquiera el de la corrupción, que tanto presumieron para llegar al poder. Se han hecho bolas. Las denuncias que han realizado no se han traducido en castigos para los culpables y han concentrado el ataque a la corrupción en la persecución política contra adversarios muy anunciados:
Cárcel a Jesús Murillo Káram, ex fiscal general de la República, para satisfacer a una parte de los reclamantes de Ayotzinapa, y a la ex secretaria de desarrollo social, Rosario Robles, como una clara venganza —se la tenían guardada— por su actuación en contra de un grupo de las izquierdas cuando fungió como jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
Otros casos como los del exgobernador de Chihuahua, César Duarte, el ex director de Pemex Emilio Lozoya y el abogado de clientes notables, Juan Collado, no representan grandes ejemplos de lucha contra la corrupción porque se trata de casos—excepción de Collado— que ya traían su propia dinámica desde los tiempos del gobierno de Enrique Peña Nieto, igual que el encarcelamiento de los ex gobernadores.
No hay nada que demuestre una batalla importante en el proyecto de combatir la corrupción ni que convenza a la sociedad de que ahora sí las cosas irían en serio en esa materia desde el gobierno federal.
Sólo campanadas. Nada que se pueda presumir para que se pudiera heredar al futuro gobierno en caso de que la candidata oficial ganase la elección. En materia de corrupción, igual o peor que antes.
Porque los pendientes de la lucha contra la corrupción del actual gobierno no solo han implicado al pasado que tanto denostan, sino que también se han presentado denuncias contra funcionarios del actual gobierno e incluso contra familiares cercanos al presidente y colaboradores, pero nada ha sucedido.
¿Qué presumir en materia de economía? En el último debate la candidata oficial presumió un crecimiento del 3.2% de la economía nacional, cuando el promedio de crecimiento económico en el sexenio ha sido del 0.8%. Tampoco se puede presumir la caída en la inversión privada, que ha incidido en lo bajo del crecimiento del PIB por la falta de reglas claras y por la constante intromisión del poder público en la economía, como el caso de la minería, por ejemplo.
¿Qué presumir en materia de salud? ¿Los 800 mil muertos provocados por el mal manejo de la epidemia del Covid, o los más de 30 millones de mexicanos que se quedaron sin acceso a los servicios de salud al eliminar irresponsablemente el Seguro Popular?
El discurso oficial ha estado plagado de burlas y mentiras, como eso de prometer un sistema de salud pública como el de Dinamarca.
Han ido de un plazo a otro, anunciándolo como si fuera verdad, y a lo más que han llegado es a centralizar el sistema de salud quitándoselo a la mayoría de los estados para tratar de aterrizar el sistema IMSS-Bienestar, que sustituiría en los hechos al fracasado INSABI; pero ni así. Ni el sistema ha mejorado y siguen los crónicos problemas de desabasto de medicamentos y los tiempos de espera en la mayoría de los hospitales.
A los personajes más conspicuos de Morena no les gusta que se les señalen esos yerros, porque ya se les acabó la disculpa del pasado; ya no pueden auto justificarse echándole la culpa.
“Nos dejaron un tiradero”, argumentaban al inicio del sexenio para fundamentar la desaparición del Seguro Popular, que tanto protegió a los mexicanos. “Había mucha corrupción” señalaban para justificar la desaparición del Fondo Minero, sin llegar siquiera a una mínima denuncia contra los responsables, que según ellos hicieron mal uso de los recursos.
En la lucha contra el pasado que tanto han señalado solo les ha quedado el señalamiento del neoliberalismo como coartada ideológica y justificación política. Ni una pizca de autocrítica sobre sus errores o sobre los grandes yerros y daños causados al sistema de la administración pública federal y en los estados por las graves tendencias a centralizar y militarizar las acciones del gobierno.
Señalan los últimos 36 años de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto como los años clave del atraso de México.
No han construido un nuevo discurso ni diseño de país que pudiera reorientar la solución de los problemas nacionales. Sólo referencias ideológicas y pocas propuestas prácticas, básicamente dirigidas a sus clientelas políticas, —esa base electoral que ahora presumen— y que tanto tratan de alimentar presumiendo los programas sociales para tratar de garantizar el voto popular.
Las alternativas de México para el próximo 2 de junio están muy claras: Seguir con la destrucción de lo bueno que ha funcionado en México —pero que según el gobierno representa al pasado—, o emprender la ruta de la reconstrucción nacional y evitar que México se siga hundiendo en la improvisación, el nepotismo las ocurrencias y la decadencia.
No han tenido en seis años la capacidad para crear nuevas cosas ni para rediseñar un nuevo rumbo de México con propuestas originales.
Sobreviven los principios constitucionales de 1917 sobre la búsqueda de la justicia, la libertad y la igualdad, que han guiado la política mexicana en el último siglo. Se eliminó la reelección presidencial, el sistema político se amplió para fomentar la pluralidad, el traspaso pacífico del poder y se dotó a México de instrumentos para garantizar la estabilidad económica contra las recurrentes crisis de finales de los sexenios, que antes eran de carácter económico y que ahora, por lo que se ve con el clima de polarización impulsado desde el poder —sin diálogo con los adversarios ni reconocimiento de los problemas— serán de orden político.
¿Qué hacer? Votar a conciencia. No es cierto que la amenaza de México lo represente la vuelta alpasado, eso es imposible, el pasado ya no se repite, pero lo usan como eslogan publicitario Ahora la amenaza real es la continuidad del presente, un presente turbio, destructivo, divisionista y regresivo que quisiéramos que en el corto plazo se convirtiera en anécdota, un verdadero dilema para el juicio de la historia.
bulmarop@gmail.com